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domingo, 22 de julio de 2012

"El hombre que plantaba árboles" (Cuento)

"El hombre que plantaba árboles"

Cuento extraído de "La culpa es de la vaca para líderes" de Jaime Lopera y Marta Bernal (2012), quien toma fragmentos de la novela "Tree and life" del escritor francés Jean Giono (1895-1970).

En 1913 tuve la oportunidad de hacer un largo recorrido a pie por los parajes montañosos de la antigua región donde los Alpes penetran en Provenza. Eran tierras desérticas, toda la tierra aparecía estéril y opaca. Nada crecía allí salvo alguna pobre vegetación silvestre. Sólo encontré sequedad y una aldea abandonada. Finalmente, entre tanta soledad, vi a un pastor con treinta ovejas echadas cerca de él sobre la tierra calcinada. Era un hombre de pocas palabras en medio de un paraje desolado...

Aquel pastor tenía 55 años y se llamaba Elzéard Bouffier. Usaba como bastón una vara de hierro. Con su punta hacía un hoyo en el que plantaba una bellota y luego lo rellenaba: había plantado un roble. Plantó así hasta cien bellotas con muchísimo cuidado. Llevaba tres años plantando árboles en ese desierto. Había plantado ya 100.000. De estos, unos 20.000, esperaba perder la mitad a causa de los roedores o del mal clima. Aun así, quedarían 10.000 robles donde antes no había nada.

Vino la guerra de 1914 y a su término volví al mismo lugar. Aquel pastor seguía extremadamente ágil y activo. Los robles tenían diez años y eran más altos que un hombre. Era un espectáculo impresionante: formaban un bosque de once kilómetros de largo y tres de ancho. Y todo aquello había brotado de las manos y del alma de ese hombre solo. Había proseguido su plan y así lo confirmaban las hayas, que llegaban a la altura del hombro y que se encontraban esparcidas tan lejos como la vista podía abarcar. También había plantado abedules en todos los valles donde había adivinado acertadamente que había suficiente humedad.

La transformación había sido tan gradual, que había llegado a ser parte del conjunto sin mayor asombro. […] En 1935, las lomas estaban cubiertas con árboles de más de siete metros de altura. Recordando el desierto que era esa tierra en 1913, pude observar que el trabajo intenso realizado en forma metódica y tranquila, el vigoroso aire de la montaña, una vida frugal y, sobre todo, una gran serenidad de espíritu habían dotado a este viejo con una salud asombrosa.
Vi por última vez a Elzéard Bouffier en 1945. Tenía entonces 87 años. Solo el nombre familiar de una aldea me pudo convencer de que realmente estaba en una región que anteriormente había sido un paraje desolado. El autobús me dejó en Vergons. […] Aquel lugar se había convertido en una aldea donde era agradable vivir. En lugar de las ruinas que había visto en 1913, ahora se levantaban campos prolijamente cuidados, dando testimonio de una vida feliz y confortable. […] Si se cuenta la primitiva población – irreconocible ahora – que vive con decencia, más de diez mil personas deben a Elzéard Bouffier gran parte de su felicidad. 

Cuando pienso que un hombre solo, armado únicamente con sus recursos físicos y espirituales, fue capaz de hacer brotar esta tierra en el desierto, me convenzo de que, a pesar de todo, la humanidad es admirable; y cuando valoro la inagotable grandeza de espíritu y la benevolente tenacidad que implicó obtener este resultado, me lleno de inmenso respeto hacia ese campesino viejo e iletrado, que fue capaz de realizar un trabajo digno de Dios.

Este personaje, Elzéard Bouffier, fue inventado por el autor (Jean Giono), con el fin de motivar a la gente a amar y a plantar árboles. 

Si bien es una historia inventada, no significa que sea ficción. La distancia que separa a un sueño de una realidad es inversamente proporcional a la motivación de las personas. A mayor motivación, menor serán las distancias y dificultades. Una persona puede lograr un cambio menor; pero en conjunto, se puedo lograr grandes cambios



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