¡Somos ricos sin saberlo!

martes, 31 de julio de 2012

Cuando la gente se podía bañar en el Sahara

Por Alfred Lopez | Ciencia curiosa – lun, 30 jul 2012

Bien es sabido que el Sahara es el desierto cálido de mayor extensión del planeta, ocupando una superficie de más de nueve millones de kilómetros cuadrados dentro del continente africano. Su árido clima hace casi impensable que en pleno Sahara hubo un tiempo en el que habitaron algunas tribus, rodeadas de vegetación y abundante agua, como si se tratase de la sabana africana en lugar de un desierto de mar de arena y rocas.
Existen suficientes evidencias arqueológicas que indican cómo la parte oriental del Sahara  disfrutó de un clima totalmente diferente al que hoy en día tiene y en el que  las lluvias eran parte fundamental en su ecosistema.
En la montañosa meseta de Gilf Kebir se encuentran unas cuevas ricas en pinturas rupestres que muestran los hábitos de vida de la civilización que allí habitó hace diez mil años y en las que se pueden observar algunas pictografías de gente nadando. Aquel lugar fue bautizado en 1933 por el explorador László Almásy con el nombre de "Cueva de los nadadores".

Pero tal y como ocurre en la actualidad, por aquel entonces también sufrieron su particular 'cambio climático', en el que una pequeña variación de la rotación de la Tierra cambió por completo todo el ecosistema de la zona, obligando a migrar hacia otras zonas con mayores posibilidades de supervivencia, siendo sostenido por un gran número de arqueólogos que dicha migración forzada fue el origen de la civilización egipcia.

Las pinturas rupestres de las cuevas muestran la vida silvestre de sus habitantes, que vivían en aquella sabana rodeada de ríos y lagos y en donde las personas, que cazaban con arcos y flechas, pastoreaban los animales, recolectaban grano y pescaban.

Durante el periodo en el que en aquel lugar se disfrutó de un terreno fértil en vegetación, también hubo su propia fauna, encontrando restos arqueológicos de jirafas, antílopes, gacelas, animales de ganado e incluso una especie de búfalo, hoy en día extinguido y cuerpos humanos con evidencias de haber muerto ahogados, siendo una clara señal de la cantidad de agua que pudo haberse concentrado en aquella época y lugar.

Aquellos pobladores que migraron hacia lo que hoy es Egipto se dedicaban en su mayoría al pastoreo, pero ya mostraban indicios de la gran capacidad de organización que convertiría a la civilización egipcia en una de las más importantes de la historia.

En el desierto de Nubia, en la región más oriental del desierto del Sahara, podemos encontrar suficientes evidencias arqueológicas que nos muestran el estilo de vida y organización que habían establecido aquellos pobladores que allí se asentaron.

Una de las construcciones más antiguas que se encuentran en la zona (Nabta Playa) es un círculo de piedras conocido como crómlech, coincidiendo la mayoría de los expertos en que se trata de un primitivo observatorio astrológico y que determina la avanzada sociedad en que se convirtieron sus pobladores.
Fuente: Yahoo! España
Cuando la gente se podía bañar en el Sahara

Extraído de: http://es-us.noticias.yahoo.com/blogs/ciencia-curiosa/cuando-la-gente-se-pod%C3%ADa-ba%C3%B1ar-en-el-sahara.html


domingo, 22 de julio de 2012

Mini documental sobre el cambio climático

Tomemos conciencia.

Juego: Bloomin' Gardens


Coloca cinco plantas seguidas horizontal, vertical o diagonalmente para acumular puntos.

"La Teoría de las Ventanas Rotas"

"La Teoría de las Ventanas Rotas"

Cuento extraído del libro "La culpa es de la vaca para líderes" de Jaime Gutiérrez y Marta Bernal (2012)

En 1969, el profesor Phillip Zimbardo, de la Universidad de Stanford, realizó un experimento de psicología social en los Estados Unidos. Dejó dos autos idénticos abandonados en la calle (la misma marca, modelo y color). Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York, y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados en dos barrios con poblaciones muy diferentes y con un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada uno de los sitios. Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser despezado y en pocas horas perdió las llantas, el motor, los espejos, la radio, etcétera. Todo lo aprovechable se lo llevaron y lo demás lo destruyeron a golpes. En cambio, el auto abandonado en Palo Alto todo el tiempo se mantuvo intacto.

Pero el experimento en cuestión no finalizó ahí: cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron a propósito un vidrio trasero del automóvil de Palo Alto. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que había quedado el del barrio pobre.

¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro era capaz de generar todo un proceso delictivo? Los autores dicen que los problemas sociales hay que arreglarlos cuando aún son pequeños. Si se limpian los bancos de la plaza diariamente, la tendencia es que la basura no se acumulará en ese lugar.

En consecuencia, la teoría hace dos hipótesis: si se resuelven a tiempo los problemas sociales, las contravenciones serán menores, el comportamiento antisocial disminuirá y los crímenes de mayor grado serán prevenidos.

Es más simple enseñarle a un niño que no debe botar la basura en la calle que a un adulto. Por lo tanto, lo prudente es enfocar campañas de concienciación a los jóvenes y así evitar que las futuras generaciones cometan los mismos errores que sus padres o abuelos.

"El hombre que plantaba árboles" (Cuento)

"El hombre que plantaba árboles"

Cuento extraído de "La culpa es de la vaca para líderes" de Jaime Lopera y Marta Bernal (2012), quien toma fragmentos de la novela "Tree and life" del escritor francés Jean Giono (1895-1970).

En 1913 tuve la oportunidad de hacer un largo recorrido a pie por los parajes montañosos de la antigua región donde los Alpes penetran en Provenza. Eran tierras desérticas, toda la tierra aparecía estéril y opaca. Nada crecía allí salvo alguna pobre vegetación silvestre. Sólo encontré sequedad y una aldea abandonada. Finalmente, entre tanta soledad, vi a un pastor con treinta ovejas echadas cerca de él sobre la tierra calcinada. Era un hombre de pocas palabras en medio de un paraje desolado...

Aquel pastor tenía 55 años y se llamaba Elzéard Bouffier. Usaba como bastón una vara de hierro. Con su punta hacía un hoyo en el que plantaba una bellota y luego lo rellenaba: había plantado un roble. Plantó así hasta cien bellotas con muchísimo cuidado. Llevaba tres años plantando árboles en ese desierto. Había plantado ya 100.000. De estos, unos 20.000, esperaba perder la mitad a causa de los roedores o del mal clima. Aun así, quedarían 10.000 robles donde antes no había nada.

Vino la guerra de 1914 y a su término volví al mismo lugar. Aquel pastor seguía extremadamente ágil y activo. Los robles tenían diez años y eran más altos que un hombre. Era un espectáculo impresionante: formaban un bosque de once kilómetros de largo y tres de ancho. Y todo aquello había brotado de las manos y del alma de ese hombre solo. Había proseguido su plan y así lo confirmaban las hayas, que llegaban a la altura del hombro y que se encontraban esparcidas tan lejos como la vista podía abarcar. También había plantado abedules en todos los valles donde había adivinado acertadamente que había suficiente humedad.

La transformación había sido tan gradual, que había llegado a ser parte del conjunto sin mayor asombro. […] En 1935, las lomas estaban cubiertas con árboles de más de siete metros de altura. Recordando el desierto que era esa tierra en 1913, pude observar que el trabajo intenso realizado en forma metódica y tranquila, el vigoroso aire de la montaña, una vida frugal y, sobre todo, una gran serenidad de espíritu habían dotado a este viejo con una salud asombrosa.
Vi por última vez a Elzéard Bouffier en 1945. Tenía entonces 87 años. Solo el nombre familiar de una aldea me pudo convencer de que realmente estaba en una región que anteriormente había sido un paraje desolado. El autobús me dejó en Vergons. […] Aquel lugar se había convertido en una aldea donde era agradable vivir. En lugar de las ruinas que había visto en 1913, ahora se levantaban campos prolijamente cuidados, dando testimonio de una vida feliz y confortable. […] Si se cuenta la primitiva población – irreconocible ahora – que vive con decencia, más de diez mil personas deben a Elzéard Bouffier gran parte de su felicidad. 

Cuando pienso que un hombre solo, armado únicamente con sus recursos físicos y espirituales, fue capaz de hacer brotar esta tierra en el desierto, me convenzo de que, a pesar de todo, la humanidad es admirable; y cuando valoro la inagotable grandeza de espíritu y la benevolente tenacidad que implicó obtener este resultado, me lleno de inmenso respeto hacia ese campesino viejo e iletrado, que fue capaz de realizar un trabajo digno de Dios.

Este personaje, Elzéard Bouffier, fue inventado por el autor (Jean Giono), con el fin de motivar a la gente a amar y a plantar árboles. 

Si bien es una historia inventada, no significa que sea ficción. La distancia que separa a un sueño de una realidad es inversamente proporcional a la motivación de las personas. A mayor motivación, menor serán las distancias y dificultades. Una persona puede lograr un cambio menor; pero en conjunto, se puedo lograr grandes cambios